Vitrinas en dólares: Ben Franklin y el buche amargo



Lo aprendimos desde niños, cuando hacíamos la fila para el “buchito”, aquella solución de flúor que debía proteger nuestros dientes (eso nos decían..., aunque creo que la ciencia lo descontinuó por efectos adversos); debíamos mantenerlo en la boca sin poder hablar, ni tragar, ni botarlo. Había que ser disciplinado y soportar la lengua reposada y las ganas contenidas de jugar y expresarse. Todo concluía cuando la “seño” indicaba la acción: “Ya pueden escupir…”. Nunca me volví a sentir tan satisfecho de un escupitajo.

Hace treinta años, la generación de nuestros padres tuvo que soportar un buche parecido, cuando se liberó el comercio en dólares americanos. Había que aguantarse frente a las vitrinas abundantes, porque los billetes de la caja del centro laboral permanecían con la figura inconfundible de los héroes nacionales. En su discurso del 26 de Julio del 93, cuando se despenalizó la divisa, Fidel dijo que implementaría la fórmula china: otra moneda propia en circulación, que sustituya al dólar. El “chavito” tenía su día marcado. Supongo que era un paso de avance, al menos no había que verle más el cerquillo a Benjamin Franklin. 

En su contexto, la revolución parecía haber sido sorprendida por la debacle, pero casi un lustro atrás, Fidel ya les había advertido que podían despertar y no encontrar a la URSS.  Finalmente, los estantes vacíos y los apagones provocaron un despertar soporífero, mientras los soviéticos corrían página y rechazaban el brillante futuro comunista. Norcoreanos y cubanos, cada cual en su esquina del mapamundi, parecían huérfanos contemplando al padre declarar que se olvidaran, que no había herencia... y hacer un salto fatal desde el tope de la Catedral de San Bacilio.

El desabastecimiento y la escasez de aquellos años dejó secuelas terribles, pero alrededor del año 96, la economía parecía haber encontrado su equilibrio en la cuerda floja. Son los siguientes años en que el chavismo se convirtía en un mercado preferencial para los servicios cubanos, ningún otro proveedor ofrecía un premium ideológico como el del veterano marxista. Es la época de las batas blancas engordadas y de los instructores deportivos, así como del petróleo caraqueño, que admitía Cuba y lo revendía por el mundo.

Intramuros, un coro de economistas, filósofos, profesores, investigadores, disidentes, le rogaban a los dirigentes cubanos que liberaran las fuerzas productivas, porque la bonanza económica que parecía embriagar a los funcionarios, no estaba sustentada en la competitividad de los productos nacionales, sino en el clientelismo político. Esto es justo después que los académicos del Centro de Estudios sobre América, fueran presionados para “autocriticarse”, por haber hecho propuestas de reformas económicas y democratización. Nadie los salvó del explote.

Nuevamente despertamos agitados, cuando ya la vaca de los petróleos venezolana tenía las ubres tupidas y no podía despachar los recipientes de ambos países, tal vez ni del suyo propio.... Era momento de darle una segunda mirada a aquellos cambios, esos que habían sonado como un estribillo en todo departamento profesional cubano por los últimos veinte años. Era momento de “actualizar” el modelo.

La “actualización” fue como un cafecito con leche servido a la sombra de la terraza, de tan caliente que se veía, nadie le dió el primer buche y acabó frío con la brisa del atardecer. Personalmente, formé parte de un grupo de estudiantes de Dirección de Empresas que se formó gracias al Arzobispado de La  Habana y a la Universidad Católica de Murcia, cuya estrategia era multiplicar profesionales que sirvieran a la próxima transformación de la economía; pero la economía evitó la transformación y sucumbió ante el cuentapropismo medieval, acompañado por un controvertido experimento de cooperativas urbanas, que nunca fue utilizado como ejemplo de Power Point en los despachos de la Ñico López. Un par de años después, me había cansado de esperar y me marché a los Estados Unidos. 

Entonces llegó Obama y como el anuncio fue dado un 17 de Diciembre, nadie puso en duda que la cadavérica economía de casi un cuarto de siglo, podía tener su milagrosa resurrección. En mi mente, los incentivos de un renacimiento económico, que pudiera servir de puente para la reconciliación nacional y para el despegue de las nuevas generaciones de cubanos, era una apuesta digna de asumir. Me convertí en asesor y traté de conducir a nuevos empresarios hasta Cuba, aún con todos los retos operativos y políticos que esto significaba. Todos sabemos el final de la historia: los cubanos apenas aprobaron unos contados proyectos con empresas notorias, que después se han visto severamente dañados por la actual administración. En mi experiencia, los funcionarios cubanos ni siquiera prestaron la suficiente atención, pero esa es otra historia...

Y aquí estamos... Treinta años después, con dos nuevas generaciones de cubanos ahora dispuestos a su trago amargo de regresar a las vitrinas de dólares estadounidenses y asumir que alguien más, tal vez su familia, trabajó esos billetes con los que ahora adquiere productos esenciales. Los dirigentes afirman que este sí es el momento de liberar las fuerzas productivas y regular las pequeñas y medianas empresas, pero ya sabemos que estas van a nacer cubiertas por el monopolio estatal del comercio exterior, me pregunto qué puede salir mal...? Benjamin Franklin también regresa, como el fantasma en la máquina de las tarjetas magnéticas, tal vez para recordarnos que ya este buche amargo e inútil, nos lo hemos aguantado por demasiado tiempo. 

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