Medusa contempla orgullosa la Calle G.



En piedra convirtieron los jardines de la Avenida de los Presidentes, en su cabecera que descansa al mar. El mar donde señaló la estatua de Calixto García, que también fue removida y puesta a vigilar el tráfico de los autos de las embajadas. La metamorfosis ocurrió durante el aislamiento, despertamos con fotografías en redes sociales, estupor y exclamaciones: ¡Qué hicieron esta vez…!”

¿A dónde fue el frescor de las jardineras? Ahora están los adocretos esparcidos, los bancos cociéndose al sol y las sombras flacas de los postes de la luz, como un desolado pedregal al mediodía. 

A Calixto García lo habían echado de su puesto el año anterior, las olas y las inundaciones estaban carcomiendo su figura y las autoridades decidieron hacerlo cabalgar en un camión blanco hasta la Quinta Avenida. Entendimos que los héroes tienen que ser flexibles, para adaptarse al cambio climático.

Según los defensores de la nueva medida, las penetraciones del mar habían convertido a los canteros en lodazales irrecuperables, por lo cual era más compasivo transformarlos en piedra.

La Avenida de los Presidentes ha sido por décadas una plaza pública: frikis, mikis, emos, reparteros y cuanta excentricidad dio justificación a los jóvenes para reunirse. La Calle G es también un espacio intelectual. En la misma esquina donde se ensañó Medusa, está la Casa de Las Américas. En esos jardines recuerdo sentarme a esperar por conciertos de trovadores, música electroacústica y libros de Leonardo Padura.

En mi época de estudiante, leí en voz alta a Dulce María Loynaz y Jorge Luis Borges, así como alenté a varios amigos a escribir sus textos, sentados en la hierba presidencial. A esos mismos jardines me escapé con las novias, ignoré los horarios y también critique al gobierno en voz baja, mejor dicho…, criticamos, envueltos por el vapor del Mar Caribe.

La Avenida de los Presidentes es una arteria de nuestra memoria colectiva. Sus jardines son contexto de nuestras edades. Es por eso que, prácticamente, ninguna respuesta podrá suavizar su petrificación.

Este fue un cambio para el que debieron haber preparado a los habaneros, debieron haber compartido bocetos del proyecto y haber involucrado a todas las sensibilidades, como en un parto doloroso y colectivo, si acaso fuera inevitable.

No debieron hacerlo en voz baja y por decisión administrativa, porque cuando menos, todos tenemos derecho a las despedidas.

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